De la guerra relámpago al movimiento popular

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La semana pasada apareció una multitud de publicaciones sobre la explicación de los resultados electorales del 26J. Se respiraba un diagnóstico común de fracaso de Podemos tanto en medios del régimen como en parte de la izquierda. El punto final era el cuestionamiento del liderazgo de Pablo Iglesias, con una crítica lateral a Errejón como responsable de la campaña electoral. Sin duda, el primero es el más señalado, con una –parece– intencionada propuesta de que sea el segundo el que deba asumir las riendas de la dirección. Creo, humildemente, que quien propone esto desde “nuestras trincheras” no se ha enterado de nada, y necesita llenar papeles en blanco con textos, bien para ganarse la vida, bien para reforzar posiciones previas a un debate, o finalmente para reforzar al régimen del 78 desde la maquinaria política.

El “¿Qué ha pasado?” va unido al “¿Por qué ha pasado?”, y ambas cuestiones necesitan tiempo para diseccionar variables, evaluar los tiempos y la serenidad que no ofrecían los momentos que orbitaban alrededor del día de las elecciones. Cierto es que las brochas gordas están permitidas y son necesarias para ir elaborando un hilo conductor, pero el debate real que se debe tener no puede realizarse y desenlazarse al día siguiente de las elecciones o en la misma noche electoral; el resultado fue un bombardeo de prejuicios previos y pasiones no canalizadas. Si esto fuese un examen de memorizar y escribir, se podría hacer en el momento, pero al plantearse preguntas de reflexión profunda, necesitaremos tiempo y exposiciones individuales y colectivas. A lo largo de la semana fueron apareciendo análisis más serenos y completos, como el que hizo Iván Redondo, habitual del análisis político. El silencio puede ser una virtud en una guerra de palabras que a veces se disparan por pura inercia.

Pero este texto no es otro análisis electoral, sino un intento de aclarar un elemento que se lleva dando meses y que, tras los resultados electorales, parece agudizarse de forma oportunista. Este elemento es la generación de una crisis de liderazgo sobre la figura de Pablo Iglesias, contraponiéndolo a Íñigo Errejón a través de divisiones poco sólidas. El impacto de tales divisiones ha tenido consecuencias tanto internas como externas, aunque las primeras han sido mínimas en comparación con la maximización mediática de Podemos como enemigo a batir, en especial en la campaña del 26J. Pablo e Íñigo tienen perfiles diferentes obviamente, tanto por personalidades diferentes como por el rol, a veces autoimpuesto, que les ha tocado desempeñar. Pero esto no se puede interpretar como un enfrentamiento político que pretenden articular tanto las elites como algunos sectores mediáticos y políticos de la izquierda tradicional. Manolo Monereo ya definió esta diferencia, clasificando a Pablo como “político intelectual” y a Íñigo como “intelectual político”. También es cierto que los dos dirigentes provienen de tradiciones políticas diferentes, pero convergiendo en una cultura política que podríamos decir orgánica: una posición o conjunto de posiciones políticas que se traducen en lógicas de análisis y de actuación. Esta cultura no engloba a siglas como tales, sino a diferentes personas y escuelas traducidas en movimientos. En concreto, la cultura política a la que obedecen los compañeros Iglesias y Errejón es, sin duda, parte fundante del populismo de izquierdas en España. Este populismo que aún está en debate y no es algo homogéneo, ha sido fuertemente incomprendido por identidades culturales de los siglos XIX y XX, proveniente de tradiciones políticas (que no culturas). Y son estas identidades las que, al no operar en las mismas lógicas que el populismo que se está fraguando, ven el fenómeno Podemos como un fracaso en sí mismo, al no seguir el camino predecible, bien de los partidos clásicos, bien de los teoricistas funcionales al bloque dominante.

El populismo de izquierdas, democrático, revolucionario, etc., que se ha interpretado erróneamente como una contraposición al marxismo como teoría o cosmovisión, necesita un análisis extenso de obras, autores y comparación de casos; Podemos ha conseguido articular un debate político-ideológico en torno a estas cuestiones, resucitando el alma intelectual que toda organización política necesita para optar a conformar un bloque de poder.

El menosprecio al populismo por su incomprensión ha llevado a que los análisis supuestamente marxistas hayan caído en la abstracción de una suerte de radicalidad democrática no tangible, o un repliegue identitario tanto de tradiciones como organizativo. Desde dentro, los impactos externos han influido de alguna manera en ciertas ocasiones, obedeciendo a la división diseñada desde fuera. Ahora se piden cabezas de unos y otros. La apuesta de Unidos Podemos fue aceptada y apoyada por el 98% de quienes participaron en la consulta. El debate táctico de la dirección jamás originó posiciones políticas diferentes. Las voces que participasen en el diseño táctico y estratégico coinciden en lo fundamental: ruptura con el régimen del 78, hipótesis populista como síntesis superadora de identidades cooptadas por las elites, y el realismo de un país del sur de Europa sometido a un colonialismo del Estado alemán con recursos limitados de actuación. La lectura del pueblo como sujeto político manifestado en el 15M o la defensa del Estado como arma contra el bloque dominante (desde los “laclausianos” a los “ilustrados” como Fernández Liria, esta premisa es defendida), son características reconocibles en los números 1 y 2 de Podemos; incluso fuera del partido se aprecian estas posiciones, como es el caso de Manolo Monereo y ciertos cuadros políticos que comparten la cultura anteriormente nombrada. Nada nuevo ni conflictivo, sino enriquecedor para la disputa del país.

Los medios de comunicación, al contemplar el ascenso relámpago de Podemos al poco de nacer y el descalabro del bipartidismo, tuvieron que echar mano de diferentes recursos para debilitarlo. Tras una subestimación inicial, el fantasma del miedo comenzó a recorrer rotativas y platós: Podemos iba a acabar con la democracia. Se ha visto que la democracia –el concepto de democracia republicana ilustrada o popular– acabó bastante antes del nacimiento de Podemos. Tuvieron que inventarse a un Ciudadanos inflado por el Ibex y que ahora cae en picado. Después, la mala gestión; las cuentas de los Ayuntamientos de Madrid y Barcelona refutan esas acusaciones. Por último, la división interna y el fomento de una guerra fraticida. Se inventaron dos corrientes, el pablismo y el errejonismo, sin especificar en qué se diferenciaban o en qué se basaba cada una. La maquinaria del fango recogía sucesos cotidianos de una formación política y los convertía en una crisis organizativa de la que no había salida. Los resultados electorales parecen haber sobrevivido al “todos contra Podemos”, pues en dos años se han conseguido casi los mismos resultados que el PSOE, un partido con 137 años de historia, con su peor resultado histórico. Aun quedando un largo camino por andar, seguramente cualquier otro partido que estuviese en tal situación no sería capaz de obtener 71 diputados en coalición con otras fuerzas, siendo Podemos el barco principal de la flota democrática. Algo fallaba, pero a veces seguir con una mentira o con un sesgo que aleja de la realidad (por bienintencionado que  sea) conduce a un callejón sin salida.

Algo nos tendría que haber dicho que el PSOE intentase aprovecharse de la situación: algunos dirigentes culpaban a Pablo de del fracaso de las negociaciones a la hora de conformar Gobierno, y  tendían la mano (qué ironía) a Errejón, dejando caer que con él al frente de las negociaciones todo habría ido mejor. Aquí se generaba una doble encrucijada: primero, se colocaba la pelota en el tejado de Podemos como responsable de que no hubiese un gobierno alternativo al PP; por otro lado, se azuzaba una guerra interna en la que Errejón parecía de derechas y Pablo de izquierdas. Y entre la propia izquierda política se ha picado en el anzuelo, otra vez, por la incomprensión del momento histórico provocado por un abrazo a la religión ateísta. La supuesta moderación discursiva también ha encendido alertas; lo transversal es de difícil digestión, ya que romper esquemas ni es fácil ni bonito. No se entendió que lo transversal es revolucionario, pues los cambios las hacen las masas; eso sí, con una organización. Pero la revolución no se diseña con colores vistosos y con escenas históricamente románticas, sino que se organiza con los materiales con los que contamos en esta realidad (algo así decía Lenin, tristemente convertido en santo y políticamente mal leído).

Lo que ha pasado en estas elecciones se deberá analizar y debatir; de hecho ya se está haciendo. Se tienen que señalar los aciertos, los errores, lo inevitable, lo evitable, y lo que se puede hacer de cara al futuro. Todo desde la perspectiva laica, cuya ausencia es la que nos ha llevado a hablar de fracasos mientras desde sectores que siguen sin enterarse de nada santifican cambios culturales extraordinarios que políticamente no obtuvieron una traducción política en lo inmediato (léase la mayoría absoluta del PP en 2011); se habla de recuperar una calle que jamás fue nuestra en el sentido de construir un contrapoder. La calle se llenó y se vació en momentos, pero la perspectiva litúrgica fotografió la plaza llena y no la herramienta de articular un poder popular en formas que rompen ese romanticismo anacrónico. La calle no puede aguantar porque las multas son demasiado caras, porque protestar es agotador, y porque el miedo es más fuerte cuando los medios de comunicación están en manos de corporaciones sin una legislación que, precisamente, cambie el miedo de bando. Y sí, porque la gente se cansa si no tiene dispositivos que puedan introducir lo político en lo cotidiano. La calle no es la eterna barricada, sino el tejido social, que muta de formas constantemente, y el objetivo es mantener constante ese tejido, aunque les parezca light a algunos. Y como dijo Errejón, a la gente que antes mantuvo vivo su tejido habrá que hacerla una estatua en cada pueblo cuando ganemos, pero hoy por hoy no es suficiente.

El debate sobre los acontecimientos recientes llevará tiempo aunque no contemos con él, pues el empobrecimiento progresivo de las capas populares continúa sin frenos y el futuro del propio planeta se desintegra a pasos de gigante. Esta contradicción es en la que se mueve un revolucionario funcional al bloque de la revolución democrática. Se lleva meses hablando de construir el movimiento popular una vez acabase el ciclo electoral, cosa que difícilmente genere división entre Pablo e Íñigo, más allá de cálculos. También tenemos que normalizar las diferencias como una expresión de dudas y propuestas, sin dejar que el enemigo se aproveche. Se trata, en suma, de aprender a no ser funcionales a nuestros adversarios sin renunciar a un proyecto de país decente, justo, con condiciones de vida dignas  y en el que la palabra sea algo universal, independientemente de apellidos, cuentas corrientes y carnets. Por lo pronto, nos toca cerrar filas en torno a nuestras fortalezas y a nuestra dirección política, y prepararnos para abordar las debilidades, que no son necesariamente fruto de errores, sino de un movimiento que está vivo y, por tanto, se desarrolla en una sociedad que es humana. Y es que, lo humano no es perfecto, para bien y para mal. Nuestros dirigentes, por fortuna, son humanos y toman el pulso de sus semejantes.

A medio y largo plazo tenemos la tarea de consolidar los resultados que ya tenemos, una base sólida electoral y social que permita realizar las acciones necesarias de transformación del país. A su vez, tenemos que seguir sumando a los que faltan, todas esas personas que todavía no han votado a Unidos Podemos o no se sienten incluidas en el tejido social antes mencionado, pero que forman parte del pueblo como sujeto político, ese sujeto que desborda y configura la alternativa democrática tan urgente y necesaria. Pueblo, patria y democracia son los tres ejes fundamentales para el desarrollo de Podemos como movimiento popular. Se abre otro ciclo político sobre el cual la organización debe estar a la altura, donde los asaltos rápidos se transforman en la construcción de una estructura territorial amplia; un macizo que impida cualquier retorno a tiempos anteriores.